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Pasto al Límite: Una Ciudad Atrapada entre el Caos Vial, el Licor y la Indiferencia Social.

Pasto, la capital nariñense, alguna vez reconocida por su gente amable, sus fiestas tradicionales y su paisaje majestuoso, hoy sufre una herida profunda. La ciudad se desangra lentamente entre la accidentalidad desbordada, el consumo desmedido de licor y estupefacientes, la intolerancia social y una crisis silenciosa de salud mental que amenaza con convertirse en una epidemia urbana.

Las calles del miedo

Ya no es solo una percepción: salir a las calles de Pasto es enfrentarse al peligro constante. La accidentalidad vial se ha disparado con una alarmante frecuencia. Las motocicletas se han convertido en armas rodantes, y los semáforos parecen adornos inservibles ante la prisa de conductores temerarios que ignoran la vida ajena. ¿Cuántos muertos más necesitamos para entender que esto es una emergencia?

Según cifras recientes de las autoridades locales, los siniestros viales aumentaron más del 20% en el último año. Las principales víctimas: jóvenes, muchas veces bajo el efecto del alcohol o las drogas, sin casco, sin conciencia, sin futuro.

El licor: un veneno disfrazado de celebración

Las noches en Pasto están bañadas en aguardiente y cerveza, pero el precio que se paga es altísimo. La ciudad ha normalizado el consumo de licor al punto de que beber hasta perder el control se considera parte del folclore local. Las peleas, los accidentes, la violencia intrafamiliar, y hasta los homicidios tienen una raíz común: el alcohol.

Peor aún, el consumo de estupefacientes se ha vuelto cotidiano en barrios, parques y colegios. La droga ya no se esconde: se ofrece, se compra y se consume a la vista de todos, como si nadie tuviera autoridad ni voluntad para ponerle freno a este deterioro social.

Una olla a presión llamada intolerancia

Las cifras hablan, pero los gritos también. La ciudad está crispada. Cualquier roce, cualquier diferencia de opinión, cualquier malentendido se convierte en motivo de pelea. En las calles, en los buses, en las instituciones públicas, reina la desconfianza y la agresividad.

Nos estamos deshumanizando. La empatía está en peligro de extinción, y sin ella, no hay sociedad que aguante.

Salud mental: el enemigo invisible

Mientras todo esto ocurre, una tragedia aún más silenciosa corroe el tejido de Pasto: la crisis de salud mental. Jóvenes con ansiedad crónica, adultos atrapados en la depresión, personas mayores solas y sin atención psicológica, madres agobiadas, niños sin orientación emocional.

El sistema de salud parece ciego, sordo y mudo ante un problema que se cobra vidas con un susurro, no con un estallido.

Los suicidios, los trastornos emocionales, el consumo como escape y la violencia como lenguaje común son consecuencias de un abandono institucional prolongado. Hablar de salud mental no puede seguir siendo un tabú. Debe ser una prioridad.

¿Y ahora qué?

No podemos seguir normalizando lo inaceptable. Pasto necesita una acción integral y urgente. No bastan los operativos policiales de fin de semana ni las campañas pasajeras. Hace falta voluntad política, inversión en salud, educación emocional en las escuelas, programas de rehabilitación, control real sobre el licor y la droga, y una ciudadanía que diga basta.

Es hora de encender las alarmas, de tocar las puertas del gobierno, de exigir soluciones y de comenzar un cambio desde cada hogar. Pasto merece algo mejor. Y nosotros también. @seguidores @fans destacados

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